Oratoria, Retórica y Elocuencia

No debemos olvidar la  fuerza de la palabra, desestimar que la voz y la gestualidad son una herramienta poderosa para hacer llegar nuestro mensaje. Hay quien intenta convencernos de no valorar oratoria, retórica y elocuencia, de que son útiles del pasado, que son parte de una herencia que no tiene razón de ser tras la segunda mitad del siglo XX. Interesadamente o no, se equivocan.

Oratoria, retórica y elocuencia, no sólo deben estar presentes, están presentes. Debemos ser conscientes, por tanto, que no cultivar dichas artes implican un mal uso de las mismas. Si no nos esforzamos por hacernos entender, no van a entendernos; si no sabemos hacer llegar nuestras ideas, probablemente no se escuchen; si desconocemos cómo argumentar, será extremadamente fácil que puedan quitarnos la razón aunque estemos en posesión de ella. Estas herramientas son, evidentemente, imperecederas. Saber argumentar y convencer implica tener la capacidad para ser convencido por los argumentos correctos y no por los falaces; saber hablar debe implicar saber escuchar; saber ordenar nuestros pensamientos nos ayuda a hacerlos crecer. Ser elocuente, cultivar la retórica y la oratoria, debe ser una meta para el  y la humanista, debe ser una característica del humanismo en sí.

Nos hemos acostumbrado a la mediocridad en los discursos, a que no nos expliquen con claridad las cosas porque parece que no necesiten convencernos, a que no haya prácticamente debates, a que cuando los hay no se confronten argumentos, a que, en definitiva, no exijamos que todo esto se haga de la manera correcta. Esta situación es culpa de cada ciudadano y ciudadana; si no ejercitamos estas herramientas, si ni siquiera conocemos que existen, si las rechazamos porque «no están de moda», perdemos ciudadanía, nos sometemos fácilmente a líderes cada vez más mediocres olvidándonos (ell@s y nosotr@s) de la razón de ser del Contrato Social.

«Mi conciencia tiene para mí más peso que la opinión de todo el mundo», Marco Tullius Cicero (Cicerón)