Interculturalidad

Los retos de la sociedad en la aldea global nos avocan a definir las características que la componen, ya que son las mismas características en gran medida que la compondrán en su desarrollo. Saber cómo y en qué parámetros estamos dispuestos a «etiquetar» a este nuevo modelo de sociedad emergente está en manos de todos y todas, debe basarse en las experiencias positivas y no en cuestiones relativas a la dominación cultural o económica mucho más acordes con las sociedades colonialistas que tras el siglo XX deberían resultarnos claramente anacrónicas independientemente de si la sociedad que está por venir se va a basar en el capitalismo o en un nuevo modelo aún por definirse.

Hasta ahora cada sociedad se ha definido por la evolución natural, con más o menos incidencias e influencias, de sus actores. En la sociedad que conforma la aldea global las reglas del juego han cambiado. Las invasiones y colonizaciones son económicas, las corporaciones e instituciones son supranacionales y, cada vez más, sustituyen a Estados y naciones; los flujos migratorios responden a elementos diversos que aunque siguen siendo mayoritariamente económicos también incluyen otros y el arraigo local hace que la ciudadanía encuentre nuevos modelos de pertenencia a una comunidad por encima de nacionalidades y sin renunciar a los deberes y derechos políticos (ver Nueva Ciudadanía). Los diferentes actores que inciden en la formación de este nuevo modelo social tratan de definirlo según sus propios intereses y, así, siendo nosotros actores involucrados, es natural que debamos crear un compromiso real, activista, con la posición que creemos adecuada.

Multiculturalidad o interculturalidad, choque o alianza de civilizaciones, son algo más que simples definiciones, son opciones de encarar el futuro. Cada una de estas opciones, en sus teóricos, tienen lo que podríamos llamar «su reflejo oscuro»; todo lo que por definición parece una cosa derivada a un posible resultado o evolución, tiene entre sus teóricos más relevantes a alguien que, de una forma más o menos velada pero que requiere una lectura en profundidad, nos conduce justo al resultado contrario. Sea como fuere ninguno de estos elementos es nuevo y es su adaptación a la sociedad actual, que debe estar basada en experiencias reales, lo que nos debe conducir al debate. En un sentido, es posible que sea un debate alejado de las necesidades reales, que estemos lejos aún de la necesidad de un debate sobre una sola sociedad en la aldea global, hay mucho por hacer y puede que esto sea bueno, puede que el resultado final deba ser una adaptación de una serie de conceptos más difusos dependiendo de las zonas geográficas y no una imposición de los mismos. Ninguna imposición debería ser una solución.

El multiculturalismo, en sentido descriptivo, designa la coexistencia de diferentes culturas en una misma entidad política territorial. La multiculturalidad evita parte de esta carga normativa, se refiere a sociedades compuestas en la diversidad de culturas pero es, también, una política pública y una filosofía o pensamiento social de reacción frente a la uniformización cultural en tiempos de la globalización. Sin embargo, lejos de ser la corriente principal, dentro del multiculturalismo y la multiculturalidad, la ideología integradora en política y el pluralismo cultural, lo es la corriente teorizada por el canadiense Will Kymlicka que basa los términos de la ciudadanía multicultural en la «angloconformidad», que se vea como se quiera ver vuelve a los errados pasos de la prevalencia cultural y la imposición.

Quizá es por esta disposición a una posible prevalencia en la asociación de culturas por lo que mi posición sea más cercana a la interculturalidad. La interculturalidad se define descriptivamente como el proceso de comunicación e interacción entre personas y grupos humanos excluyendo la concepción de que algún grupo cultural esté por encima del resto, favoreciendo la integración y convivencia entre las diferentes culturas. Así pues, la interculturalidad no apuesta por la creación de una nueva cultura que nos sirva a todos y todas, tampoco lo hace por la prevalencia de una cultura que sea la receptora de leves influencias de las demás manteniéndose como la única capaz de dicha acción, como, en otras palabras, la única «buena». Si una sociedad multicultural puede definirnos sociedades puntuales ya existentes, la sociedad intercultural debería ser la aplicación del humanismo a la aldea global y sus peculiaridades. Sin embargo, hay ejemplos de sociedades interculturales a lo largo de la historia, incluso de la historia contemporánea, y estos ejemplos señalan que los detractores de la teoría intercultural están exagerada e intencionadamente equivocados. Su principal argumento es que una sociedad intercultural es artificial y lo que la ciudadanía nacida de esas experiencias interculturales destacan es la naturalidad del proceso y del resultado. Desde posicionamientos conservadores reticentes a los procesos interculturales el miedo a la pérdida de identidad cultural es un factor determinante, llegan a rechazar incluso la naturaleza pluricultural de toda sociedad. Otras veces se rechaza la interculturalidad por ser una utopía, un tránsito artificial que lleva al mismo punto al que lleva cualquier recorrido en la aldea global: el choque de civilizaciones teorizado por Huttington.

La teoría del «choque de civilizaciones» de Huttington retoma el concepto de Toynbee en el que todo contacto entre civilizaciones implica una confrontación necesaria entre ambas y la imposición final de una de ellas. Huttington, en su artículo de 1993, quiere responder a Fukuyama, que había pronosticado el fin de la historia (en sentido hegeliano) y la imposición final de la democracia occidental en toda la aldea global. En dicho artículo, se destaca que «el choque de civilizaciones dominará la política global», que «las fallas entre civilizaciones serán los frentes de batalla en el futuro». Huttington hace divisiones que corresponden principalmente a  «fronteras religiosas» y destaca como gran amenaza para la civilización occidental la «emergente» conexión islámico-confuciana; a la vez, afirma que los conflictos entre civilizaciones son inevitables puesto que cada una cuenta con valores significativamente distintos, incompatibles. La visión del «choque de civilizaciones» de Huttington, a mi modo de ver, es simplista hasta el punto de no contemplar ni la naturaleza pluricultural de toda cultura ni las divisiones culturales internas de las fronteras en las que él divide el mundo.
Cualquiera puede comprobar la realidad diversa, por ejemplo, de lo que Huttington enmarca como civilización islámica; las tensiones, incluso militares, entre los países que conforman la frontera de la civilización sínica o confuciana; incluso es fácil encontrar ejemplos de culturas que podrían atravesar esas ficticias fronteras para pertenecer a varias de esas civilizaciones predispuestas al choque. Con el tiempo, la Democracia ha resultado ser mucho más exportable y adaptable de lo que Huttington preconizaba y sus fronteras insalvables han resultado ser tan permeables que varios países de la «civilización ortodoxa» integran hoy, como miembros de pleno derecho, la UE occidental y que países «islámicos»  como Marruecos o Turquía son socios preferentes, siendo este último claro candidato a la membresía y uno de los socios con más influencia sobre terceros países de la OTAN.

Naciones Unidas adoptó en 2007, frente al choque de civilizaciones, la iniciativa propuesta por el ex-presidente español Jose Luis Rodriguez Zapatero de la «Alianza de Civilizaciones», nombrando, bajo mandato de su Secretario General Ban Ki-Moon, a Jorge Sampaio como Alto Representante de las Naciones Unidas en la Alianza de Civilizaciones (UNAOC).
La iniciativa, que proponía una alianza entre occidente y el mundo musulmán y que tuvo como primero garantes a España y Turquía, retoma la propuesta de desarrollar un diálogo entre civilizaciones (todas) de 2001. Los puntos claves de la iniciativa de la Alianza de Civilizaciones son la cooperación antiterrorista, el diálogo cultural y la corrección de desigualdades económicas. Los países adscritos al grupo de amigos de la AC son a día de hoy alrededor de 130, habiendo habilitado muchos de ellos sus propios Planes Nacionales para la Alianza de Civilizaciones bajo la supervisión del UNAOC. La implicación de los países adscritos a la iniciativa es dispar tanto a nivel político como económico, siendo significativamente mayor la participación de los países de la región mediterránea, principales actores de la problemática islam-occidente y, también, del surgimiento de la iniciativa. Independientemente del éxito o la evolución de la iniciativa AC, este dato es claramente significativo y demuestra que ante el «choque de civilizaciones» el diálogo es mucho más natural, que la convivencia y el aprendizaje mutuo son más habituales por encima de los conflictos existentes,y que las ganas de resolver las problemáticas por parte de los pueblos son más complejas dado a índices de afinidad derivados de una compatibilidad pujante y existente.

Hay iniciativas políticas, habitualmente de tinte conservador, que dificultan el camino intercultural. Podría parecer fácil que si en un mundo de culturas aisladas éstas derivaban en sociedades pluriculturales, que si posteriormente han ido surgiendo sociedades multiculturales (ej.Islas Mauricio) y han habido ejemplos exitosos de sociedades interculturales (ej.Estatuto Internacional deTánger), hoy, en el ámbito de la aldea global, de la sociedad de la información (incluso de la «sociedad de la información inmediata» gracias a internet), seguir las cuatro etapas del proceso intercultural global (respeto, diálogo horizontal, comprensión mutua y sinérgia) debería ser algo sencillo; y seguramente lo sea pero a un nivel de conciencia individual entre aquellos que creen en la interculturalidad, quizá la problemática del éxito intercultural no sea en tanto al diálogo entre culturas si no en tanto al conflicto entre los defensores y los detractores de esta idea, y entre éstos y los actores pasivos conformados por todas aquellas sociedades, culturas y civilizaciones, necesarias para el éxito de la globalización del proceso intercultural y que no contemplan la necesidad, la existencia o las problemáticas asociadas a la aldea global.
La opción intercultural debe contemplar esta realidad y ser consciente de que en ello también se basan algunos de sus axiomas. La Interculturalidad es interacción (frente a lo pluricultural, que es situación). No hay culturas mejores ni peores. Si aceptamos que no hay jerarquía entre culturas, postularemos al principio ético de la igual dignidad de todas las culturas, del respeto. La interculturalidad tiende a evitar el etnocentrismo (que lleva a interpretar conforme a criterios de la cultura propia, prácticas culturales ajenas) y a no aplicar el juicio crítico hasta que no hayamos entendido la complejidad simbólica de las actividades culturales del otro u otra por medio de la correcta comprensión de sus propios criterios culturales. En definitiva, el principal aliado del choque de civilizaciones es la predisposición a la imposición de los criterios culturales y esto entra en conflicto con el humanismo en la más internacionalista de sus acepciones.